Martín Kremenchuzky corre detrás de un sueño

Padece síndrome de Usher y perdió la visión hace seis años; locuaz y carismático, tiene una memoria y un sentido de la ubicación increíbles; todo está en su cabeza: los números de teléfono, las direcciones y, por supuesto, sus competencias de 2014, casi medio centenar

Nota por Gonzalo Cornago publicada en La Nacion Corre – 24 abril 2015

 

Ingeniero en sistemas, padre y novio. Practicó arquería y jabalina. Integró el seleccionado argentino de remo. Tomó clases de saxo, tango y rock. Cursos de oratoria y narración. Su vida no tiene límites. Nadie puede ponérselos y cuando aparecen, él se encarga de superarlos.

Martín Kremenchuzky padece síndrome de Usher, una enfermedad poco frecuente. Prácticamente una rareza de origen genético que provoca hipoacusia, falta de equilibrio y pérdida progresiva de la visión. Martín convive con ella y nunca detuvo su marcha… Hasta hace seis años cuando perdió definitivamente la visión.

No sólo se apagaron sus ojos. También su corazón. Sus ganas de vivir y luchar. Durante meses sólo existía su trabajo y jugar con Tomás, su hijo de apenas un año. Se tiraban en el piso y jugaban durante horas. Para eso, no necesitaba ver ni escuchar. La conexión y el amor con un hijo rompe cualquier barrera. Era su única razón para vivir y hasta en alguna oportunidad fue también lo único que lo animó a continuar.

Hasta que un día el running apareció en su vida y todo cambió mágicamente. «Comencé a ir un gimnasio y un día mi profesor me dijo de salir a correr. Como lo que me sobraba era tiempo decidí probar. El running y todas las puertas que se abrieron me permitieron darme cuenta de que había otro mundo, que podía realizar una actividad y que a pesar de mi discapacidad yo también podía correr y lograr objetivos. Me ayudó a conocer mucha gente y, sobre todo, a socializar», describe Kremenchuzky. Y añade: «Comencé a tener temas de conversación. Mi debut en una competencia fue en la Media Maratón de Buenos Aires en 2010. Salí tercero en mi categoría y me entregaron una copa. Cuando llegué a casa y mi hijo me vio con ese trofeo fue un momento sublime. A partir de ahí, creo, todo cambió. Comprendí que a pesar de mis problemas podía romper barreras y proponerme metas. Desde ese día no paré más. Fue mi gran salvación».

-¿Cómo hiciste para asimilar tu discapacidad?

-En un primer momento no encontraba ningún estímulo. No tenía sueños y pensaba si iba a ser una mochila para los demás. Qué sentido tenía seguir viviendo. Fueron tiempos muy complejos donde creía que no podía hacer ninguna actividad y mucho menos disfrutarla.

-¿Qué pasos diste para superarlo?

-Al principio me ayudaron mucho los amigos y el afecto de la familia. Luego, gracias a que comencé con una terapeuta ocupacional, aprendí a manejarme en el día a día. Pero mi mayor motivación fue cuando tomé conciencia de que Tomás no podía tener un padre derrotado, alguien que no pudiera valerse por sus propios medios. Mi cabeza hizo un clic y asumí por completo mi discapacidad. No es fácil pedir ayuda.

Martín se hace notar donde quiera que vaya. Sin proponérselo, se torna en un narrador que cautiva. Por eso, dicta charlas de motivación para inspirar a los demás. Todo lo toma con humor. Incluso, su discapacidad. Aunque no sea algo a lo que le preste demasiada atención, sus tiempos de carrera son muy buenos. Su marca en un maratón es de 3h22m. Cuando habla parece que lo observara todo. Se mueve constantemente.

¿El running y tu hijo te enseñaron a disfrutar de la vida?

-Hoy soy más feliz que cuando tenía visión. La discapacidad me ayudó muchísimo. Siento que hizo una mejor versión de mí mismo. Antes era materialista, quejoso, no disfrutaba de las cosas. Hoy valoro lo verdaderamente importante como, por ejemplo, el primer día que salí a la calle con el bastón blanco. Eso me sirvió para darme cuenta de que podía ser independiente. Fue un día maravilloso, de una felicidad total. La discapacidad me despertó curiosidad, ganas de valorar cada segundo de la vida y disfrutarlo plenamente. Cada fin de semana que tengo una carrera es un día pleno.

Cada meta que cumple, da lugar a plantear un nuevo objetivo. En mayo, Martín se convertirá en el primer argentino no vidente que participará de un Ironman. Serán en Florianópolis, Brasil, donde nadará 3800 metros, pedaleará 180 km y correrá 42km.

-¿Cómo es la relación con tus guías?

-No es fácil elegirlo porque se trata de la persona con la que pasás muchas horas. Por eso, trato de tener más de un guía. No sólo para tener reemplazo en caso de lesión sino también para no saturarnos. Generalmente, el guía tiene que correr más rápido que el ciego, porque es el que te indica el camino. El verdadero guía es el que está presente en la semana y no sólo en las carreras. En esos momentos no hay aplausos, no hay aliento, no hay cámaras. Y ellos están.

-¿Qué te gustaría hacer si recuperaras la vista?

-Ver la cara de Toto. Cuando perdí definitivamente la visión, él tenía un año y yo ya veía muy poco. En realidad, casi nada. Lo imagino todos los días pero nunca vi su rostro, su sonrisa. Daría cualquier cosa por verlo.

La persona que desafía todos los límites baja su tono de voz. Un silencio que parece eterno permite escuchar los intensos latidos de su corazón. Al menos, por un instante. Hasta que recupera las energía y vuelve a demostrar sus ganas de seguir adelante.

¿CÓMO SON SUS ENTRENAMIENTOS?

«Cuando corro debo hacerlo siempre con un guía con el que vamos unidos con una soga. Una soga corta. Si el entrenamiento es de velocidad, tratamos de hacerlo en una pista de atletismo donde no hay obstáculos», dice Kremenchuzky. Y continúa: «Para nadar, preciso un andarivel exclusivo porque no veo y, además, porque debo sacarme los audífonos. En ese momento soy ciego y sordo. Para orientarme y saber cuándo llego al extremo de la pileta cuento la cantidad de brazadas». Y el ciclismo también tiene su complejidad. «Lo hago en tándem que implica una bicicleta con doble asiento y pedales para poder ir con un guía. A veces, para entrenar, utilizo una bicicleta fija», explica..

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