Imagen: Twitter Kremenchuzky Ph. Lorena Cifuentes
Entre algunos de sus múltiples hitos, Martín Kremenchuzky es el primer y único triatleta argentino no vidente en completar la competencia Ironnan. También es el único sordo-ciego en el mundo en conseguirlo. El síndrome de Usher, una enfermedad genética que tiene de chico, le provocó ceguera y un alto nivel de hipoacusia. Lejos de amedrentarlo, logró sortear los obstáculos que se le pusieron en el camino para convertirse en Ingeniero en Sistemas primero y en un deportista de elite después (aunque él se defina como un amateur con alto rendimiento).
Hace cinco años en la ciudad de Florianópolis logró por primera vez nadar 3.8 kilómetros –los cuales hace sin escuchar nada porque debe sacarse el audífono– pedalear 180 kilómetros y completar 42,2 kilómetros a pie para finalizar la carrera en primer lugar de la categoría Physically Challenged.
Tras la euforia de lograr algo inédito a sus 41 años, esa gesta deportiva se convirtió en puntapié para trazarse un objetivo mayor: realizar un Ironman en cada continente. Ya completó Brasil 2015, Sudáfrica 2017, Nueva Zelanda 2018 y España 2019. La línea de llegada que le restaba para completar la generala de éxitos era Athana, Kazajistán, el 23 de agosto. Aunque la inclemencia del Covid-19 lo llevó a alterar sus planes.
«Queremos ver cuando termina todo lo que está pasando con la pandemia y cómo sigue para pensar mi próximo Ironman en Asia. Está la opción del 25 de octubre en Filipinas, que no creo que se pueda dar, y sino en marzo de 2021 en Taiwán», le contó Kremenchuzky a Página 12.
En Puerto Elizabeth y Barcelona no hubo categoría PC, que aglutina a los deportistas con alguna discapacidad. Porque cuando el circuito no está permitido para que compitan atletas en silla de ruedas –más que nada por el ingreso y egreso del agua– directamente no se hace. Con lo cual compitió como cualquiera, algo que no le resultó ajeno ya que toda su formación escolar también la había hecho a la par del resto más allá de las lógicas complicaciones.
«A los cinco años empezaron los problemas auditivos y comencé a usar audífono. Después fueron los problemas de visión y dejé de poder ver de noche. Incluso se me achicó mucho el campo visual. Me perdía mucho de lo que se hablaba en clase, pero siempre conseguía algún compañero que me ayudara. Así fui haciendo toda mi vida como si no tuviera ninguna dificultad. Sinceramente me costaba mucho y lo sufrí. A la vez, me daba vergüenza sentirme menos que los otros por ver o escuchar menos entonces me esforzaba muchísimo para intentar estar a la par», agregó.
«A los 20 el problema se estancó, pero a los 30 avanzó cada vez más hasta que hace unos once años, a los 35, me quedé completamente ciego«, sumó. La pérdida de visión fue una bisagra en su vida. Estuvo un año literalmente tirado. Deprimido. Incluso había perdido las ganas de vivir. «La verdad es que no sabía qué hacer, pero por mi hijo que hoy tiene 13 años decidí que tenía que salir adelante. No podía permitir que me viera así. Entonces comenzó a nacer un nuevo Martín. Me reinventé y encontré en el deporte la mejor terapia para salir adelante», explicó.
Primero integró la Selección Argentina de Remo adaptado. Después comenzó a correr y se convirtió en maratonista. Hizo carreras de montaña y finalmente llegó al triatlón. Actualmente tiene 46 años y empezó a correr a los 37. Tanto lo motiva la competencia y la posibilidad de seguir superándose que ni siquiera la pandemia pudo frenarlo. Lejos de eso, y como hizo siempre, se las rebusca para seguir ejercitándose. Incluso en natación.
«Uso una banda elástica colgada del techo. La agarro parado y simulo con los brazos los movimientos de nado. Me sirve para mantener activo el movimiento de brazada», mencionó sobre esta forma innovadora que aplica. Además, entrena todos los días en doble turno. Por la mañana lo ayuda su pareja, Diana Bustamante, que es profesora de gimnasia. Con ella hace trabajos de fuerza de piernas y el tren superior. Por la tarde, continúa con bicicleta fija o cinta.
Luego de adentrarse en el deporte le dio una vuelta de tuerca más a su vida y se convirtió en conferencista desde 2014. Para esta nueva carrera también se preparó en un curso de oratoria. Lleva más de 200 conferencias realizada en el país y en el exterior. En sus charlas, además de emocionar y cautivar con su relato, cuenta cómo desarrollar una mente positiva y subraya que todo es posible si uno se lo propone. «Saber que con un consejo, un mimo o una palabra le puedo mejorar la calidad de vida a la gente es algo increíble. Me gratifica mucho. Estoy convencidísimo de que todos podemos un poco más», opinó.
«Cuando me preguntan por los miedos, les digo que me la tengo que jugar. Afronté muchas experiencias sin saber qué iba a pasar. Ya sea en una competencia, en una conferencia o a la hora de hacer las cosas solo, como viajar en avión sin poder ver. Si uno no las vive no sabe de qué tratan. Mi optimismo me ayuda mucho y también analizo bien qué es lo que voy a hacer y cómo», apuntó.
Tan movilizante resulta su historia de vida que, en mayo de 2017, se presentó Confianza Ciega. La vida de Martin Kremenchuzky, de la autora uruguaya Cecilia de Vecchi. El libro relata su vida desde su infancia, pasando por su enfermedad, hasta sus aventuras actuales. Las que evidentemente no piensa parar.
leolenga@pagina12.com.ar
Link nota original AQUI