«Ahora veo cosas que antes no veía»

Martín Kremenchuzky es maratonista. Es ciego e hipoacúsico. Y es el único argentino no vidente que acaba de participar en el Ironman en Sudáfrica. «La discapacidad me dio capacidad de disfrutar de la vida», asegura.

«Tenía mi vida organizada hasta los 70 años. Era un obsesivo por el trabajo y me preocupaba mi bienestar económico, pero un día la vida me cambió… Perdí completamente la visión y mi mundo se volvió oscuro, todo empezó a perder sentido y caí en una profunda depresión», recuerda Martín Kremenchuzky, un triatlonista ciego que desafió sus propios límites.

«Pensar en mi hijo me hizo reaccionar. Hoy me doy cuenta de que antes me quejaba por pavadas, y aprendí a disfrutar de cada momento. Porque estoy vivo, y aunque no veo, creo que sé distinguir cosas esenciales que antes no lograba descubrir. Valoro la familia, los amigos, el deporte… los afectos, que son los que te hacen salir adelante, y hay algo que tengo claro: señores ¡se puede!», dice mientras sonríe.

¿Cómo salió del momento de fuerte oscuridad y desánimo? «No hice locuras porque me acordé de la gente que me quería», confiesa, aceptando que cayó en una depresión muy profunda.

Una pequeña luz se encendió en medio de esa situación extrema: Toto, su hijo, fue el motivo por el que Kremenchuzky se dio cuenta de que tenía que levantarse y seguir. Ese día comenzó una lucha cuerpo a cuerpo por superarse. Después de incursionar por variadísimas actividades hoy es maratonista, triatlonista mundial y hasta se animó a relatar su vida para un libro. Además, realiza charlas motivacionales.

Es un amante de la adrenalina y se convirtió en un ícono de la motivación personal. Sencillo, divertido, claro y directo, así es Kremenchuzky, el único argentino no vidente de la historia que participó de un Ironman en Sudáfrica.

Un trastorno genético

Nació en Buenos Aires, tiene 43 años y hace 8 que se quedó ciego. Esto se debe a que tiene el síndrome de Usher, un trastorno genético que provoca sordera y ceguera.

La semana pasada estuvo en Rosario para participar de una carrera de 15 kilómetros donde también corrieron más de 40 personas no videntes.

Cada ciego corre con un acompañante que se ata una soga del brazo derecho (que a su vez se enlaza con el brazo izquierdo del no vidente). Es la mejor manera para que corran seguros y puedan desarrollar su destreza.

Pese a tener una enfermedad genética Kremenchuzky es el único en su familia que nació con el síndrome de Usher. A los 5 años empezó a usar audífonos y de a poco fue perdiendo la visión. «Primero veía como si tuviera un largavistas hasta que quedé ciego», relata en conversación con Más.

Se recibió de ingeniero en sistemas, y trabajaba todo el día. Organizado y previsor, ya había programado su vida hasta los 70 años, pero la pérdida de la visión y la sordera minaron sus fuerzas hasta que las limitaciones se volvieron más pesadas y odiosas. «Cada vez podía hacer menos cosas y empecé a sentir que nunca más iba a poder ser feliz; dejó de interesarme lo que hacía, salía menos, no quería estar con nadie, todos me tenían que ayudar, me sentía un vegetal, no tenía proyectos, pero lo más grave fue perder la ilusión, ya no tenía sueños…».

Sufría porque su hijo era chiquito y él no podía verlo. Lo escuchaba pero no podía darse cuenta de cómo era, cómo crecía físicamente. En el medio sufrió una dolorosa separación de la mamá de su hijo. «Toto crecía y veía que los amigos jugaban al fútbol con su papá y yo no, eso me generaba una gran impotencia», confiesa. «En aquel momento no había tantas posibilidades como hay ahora para los que no vemos; yo estaba a la deriva, y perdí las ganas de vivir».

«Empecé a tener miedo de que mi hijo se preocupara por mí y me di cuenta de que él me iba a necesitar. Me empezó a hervir la sangre y así nació una furia junto con una fuerza increíble para estar a la altura de las circunstancias. Pensé en qué padre quería tener mi hijo… Ese momento fue crucial y me propuse salir adelante sí o sí».

La determinación fue tal que Kremenchuzky se lanzó a hacer todo tipo de actividades, desde bailar tango y rock hasta entrenarse en teatro. Hizo cursos de masajes, aprendió a tocar varios instrumentos, a catar vinos y perfumes. El objetivo era encontrar algo que le saliera muy bien, que lo hiciera sentir bien. Entre esa cuantiosa cantidad de actividades descubrió al deporte y confirmó que era bueno para eso. Lo primero fue el remo. Le gustó y reconoció que allí no «fracasaba».

«El tiempo ocioso era mi peor enemigo, no quería estar sin hacer nada. Me pasaba todo el día haciendo cosas. Así se me fueron abriendo puertas y fui progresando. Me propuse diferentes desafíos. Por entonces yo era un pollito mojado, tenía miedo y la discapacidad me hizo perder mucho la autoestima, pero mi hijo me dio la fuerza para superar todos estos obstáculos. Hoy está orgulloso de mí y yo feliz», reconoce durante la charla.

Carreras de vida

Correr, ahí sí que picaba. En la pista empezó a destacarse por su destreza, por su buen humor y entusiasmo.

Así se animó a un maratón y en 2010 ganó una copa. «Mi hijo entonces tenía cuatro años y él gritaba enloquecido de contento. Me sentí tan feliz que me puse a entrenar para que tuviera un papá campeón del que se sintiera orgulloso». Después de las maratones empezó a correr carreras de aventura. Hizo el raid de Los Andes, atravesó Salta y Jujuy. También se tiró en paracaídas, practicó golf, buceo, esquí acuático, carreras en rollers, arquería y nadó en aguas abiertas. En mayo de 2015 participó de su primer Iroman, la competencia más exigente del triatlón (formada por natación, ciclismo y carrera a pie) en Florianópolis, Brasil. Ahora, en abril de este año, fue el único argentino no vidente de la historia que formó parte del Ironman en Sudáfrica.

Además de Toto, hubo dos grandes «estímulos» que impulsaron a Kremenchuzky. Uno de ellos fue Diana, su actual pareja (una mujer que lo alentó y le dio su apoyo) y un grupo de amigos excepcionales que lo acompañaron a participar. «Todo se me hizo más fácil cuando me empezaron a alentarme desde afuera», confirma.

«Hoy soy más feliz»

«Sí, hoy soy más feliz que antes», asegura sin vueltas. «Es que me di cuenta de que podía ayudar a otros. Dejé la queja de lado. Antes me quejaba de todo. No disfrutaba de cada día. Ahora tengo otra filosofía de vida, y vivo mucho mejor». Las charlas de motivación son una de sus actividades. Lo convocan de todos lados. Pero además sigue haciendo trabajos como ingeniero. El miércoles presentará en la Feria del Libro, en Buenos Aires, «Confianza ciega», de Ceci De Vecchi, que relata su historia. Una historia que confirma que las limitaciones se superan con coraje, determinación y mucho amor.

Aquí el link de la nota original en Diario La Capital de Rosario

http://www.lacapital.com.ar/mas/ahora-veo-cosas-que-antes-no-veia-n1390102.html